La ESMA ya no es la ESMA (24 de marzo 2004)

“La ESMA ya no es la ESMA”  (24 de marzo 2004)

 

Los ríos de las revueltas son sinuosos…” escribí hace dos años, después de vivir la pueblada del 19 y 20 de diciembre en las calles  “…A veces se pierden entre las piedras y desaparecen…” agregaba, porque no sabía cuándo íbamos a salir nuevamente con nuestras cacerolas en la mano,  Y salimos.  Vaya que salimos.  Tres noches más inundamos las calles de Buenos Aires con ríos de gente, cacerolas en mano saliendo espontáneamente a protestar.  Qué digo ríos, mares. Sus olas gigantescas nos arrastraron una y otra vez hasta que se perdieron entre las piedras y desaparecieron.  “Otras se llenan de barro y suciedad…” decía entonces, pensando en los Duhalde y ese peronismo tan lleno de un menemismo enlodado por haber destruido el país.  “Pero también pueden limpiar el camino para que broten las flores más bellas…” suspiré  sin saber que de las cacerolas brotarían las Asambleas de vecinos, una nueva y extraña especie que todavía está abriendo sus primeros pimpollos multicolores.  “Por ahora, no guardemos las cacerolas…” alertaba, y no las guardamos.

 

Es miércoles, como aquel 19 de diciembre hace 28 meses.  Es miércoles, 24 de marzo, como aquel hace 28 años.  Pero este miércoles amanece con la percepción de que algo distinto pasará.  El presidente Kirchner ya decidió disolver la ESMA, la famosa y macabra Escuela de Mecánica de la Armada, donde torturaron y mataron a  más pasaron de 5 mil personas.  Sobre sus ruinas en pie se levantará el Museo de la Memoria.  Todo un símbolo.  En estos últimos días los comunicadores y políticos que critican a Kirchner por remover “una vez más” el pasado dejan ver con la claridad del cristal que para ellos, economía y política van de la mano y que la famosa teoría “de los dos demonios” sólo sirve para encubrir lo más macabro.  Están que se salen de la vaina.  No lo pueden soportar y ya están trabajando entre sombras y luces para que Kirchner se vaya lo antes posible.

 

Pero este miércoles amanece soleado.  Temprano ya vemos por la tele como el General Bendini –sí, el Jefe del Ejército- descuelga los cuadros de Videla y Bignone en el Colegio Militar.  “Está loco –se nos escapa- Kirchner está loco”.  Es posible.  Encima dio instrucciones para que no se viera un milico a kilómetros a la redonda del acto en la ESMA. A la una nos encontramos con los vecinos de la Asamblea de Palermo Viejo para ir juntos al acto. Sentimos que tenemos que estar.  Juntos.

 

No sabemos muy bien qué nos espera, pero la emoción que se percibe en nuestros corazones nos permite percibir que será un día diferente.  Alguien dice “es la primera vez que vengo a un acto oficialista”.  ¿Oficialista?  ¿Qué me importa?!  La ESMA no es cualquier edificio, es todo un símbolo.  Y si Kirchner se atreve a desmantelarla para crear un Museo de la Memoria hay que estar.

 

Cruzamos la Avenida Libertador y nos metemos en esa calle ancha que recorrí muchas veces.   A la izquierda vemos las rejas negras, siempre omnipotentes, que cercaron la ESMA.  A la derecha, las tribunas del club Defensores de Belgrano.   No se ve un solo militar.

 

Nos acercamos con un dejo de curiosidad abriendo la pequeña bandera roja de la Asamblea justo cuando comienza el acto con el himno, ese que no me gusta cantar, ese que sí canté –como excepción- con miles de personas a grito pelado frente a las escalinatas del Congreso la noche del 19 de diciembre.  Alguien tuvo el buen gusto de no pasar el himno en su versión militar; me asombra y emociona escuchar la versión de Charly, pero no canto.

 

Soledad Silveyra, ¿quien sino? lee el poema que escribió María Rosa Ponce a metros de donde estamos mientras resistía con poesía la saña de los torturadores.  “Me miro los pies están atados (…) me miro el alma, esta presa...” lee Solita, y los ojos no dejan de llenarse de lágrimas.  Miro a mis costados y veo algunas caras conocidas.  Alfredo con su madre en silla de ruedas.  ¿Por qué no estás Armando? Angeles, que decide quedarse con nosotros, como cuando venía a la Asamblea. ¿Por qué no estás Roberto?  Madrid.

 

En un momento, miro hacia mi izquierda y lo veo pasar a Nino -mi vecino de enfrente- caminando, dentro de la ESMA!!  ¿Cómo adentro?  Sí.  Mientras nosotros estamos en la calle hay decenas caminando silenciosamente del otro lado de la reja, flotando, sin apoyar sus pies sobre ese terreno maldito.  Adentro.  Alguien dice que “Kirchner dejó las puertas abiertas”.  No lo puedo creer.  Veo una bandera azul con la silueta del pañuelo más blanco de la historia.  Detrás, un chico agita otra con la imagen del “Che” Guevara.  “El día que el “Che” estuvo en la ESMA” sugiere Laura como portada de un diario.  Me froto los ojos.  Ni un uniforme azul a la vista.

 

Mi nombre es María Isabel Prigione Greco, yo nací en la ESMA…” se escucha como un grito de guerra por los parlantes.  Hijos que hoy son padres.  Padres de hijos que siempre serán H.I.J.O.S.  Hijos que darán nietos que serán hijos de hijos, de madres, de abuelas.

 

María Isabel grita para que a nadie se le escape una palabra.  María Isabel, que nació allí, en algún lugar, nos enciende con su discurso combativo.  Nos conmueve cuando recuerda a los que no están.  “Este lugar todavía contiene el horror y el espanto, pero también la enorme dignidad de los que han muerto por amor”.   María Isabel no calla nada.  ¿Qué pena se merece quien haya firmado este decreto en 1975: Las Fuerzas Armadas (…) procederán a ejecutar (…) a los efectos de aniquilar (…) Ruckauf y Cafiero…”.

 

Pasado.  Presente.  Futuro.  “Elegimos hacer de esta lucha una lucha de todos los días.  ¿Hasta cuando? Hasta la victoria!!  ¿Qué duda cabe?!

 

No dejo de mirar a la gente que camina sin posar sus pies sobre ese suelo maldito del otro lado de la reja.

 

Aníbal Ibarra radicaliza su habitual discurso para que sus palabras tapen los silbidos que tienen memoria y recuerdan que gobernó con De la Rúa y lo aplaudió a Cavallo, los mismos que nosotros echamos.

 

¿Qué dirá Kirchner?

 

Vengo a pedir perdón por el Estado Nacional…” arranca.  Su discurso es corto.  Dice lo justo, lo que hay que decir.  Que lo presionan, que sigue peleando como puede.  Nos interpela.  “Está en ustedes que nunca más el oscurantismo vuelva a reinar en la Patria“.  Por lo menos no dice que confiemos en él.

 

León Heredia y Víctor Gieco nos sacan de los pensamientos y nos transportan otra vez a la memoria, al corazón, los viejos amores que no están, todavía cantamos, para la libertad… agrega un Serrat sin voz más auténtico que nunca.

 

“…Fue cuando el fútbol se lo comió todo.” repite León y se me agranda el pecho recordando con orgullo que yo hinché por Holanda en el 78 junto al viejo Ianquel, que no entendía de mundiales pero sí de dictaduras.

 

“…Los desaparecidos que se buscan con el color de sus nacimientos.” y pienso en Micky Tannhauser, que no pudo festejar nunca más el día de la primavera clavado en El Vesubio, allí donde ahora me entero también estuvo Nino.

 

“…Mugica por las villas”, y recuerdo a Miguel Ramondetti, que tendría que haber estado aquí y se nos fue antes.

 

“…Los viejos amores que no están (…) todo está guardado en la memoria” desgarra el aire León mientras los soberbios de siempre desposeídos de futuro hacen sonar sus bombos sin entender que ya nadie los quiere ni los respeta.   El Shhhhhhhhh surge de todos lados.  No entienden nada.

 

“…todo está guardado en la memoria, arma de la vida y la historia” coreamos todos con voz quebrada.

 

Nos miramos y nuestros ojos colorados se desplazan hacia las rejas que hoy parecen bajas, minúsculas, y penetrables.

 

Queremos entrar en la ESMA.  Tenemos necesidad de entrar y queremos hacerlo juntos.

 

Doblamos la esquina y caminamos por Avenida Libertador hasta el primer portón que encontramos abierto justo frente al edificio blanco e imponente donde dice Escuela de Mecánica de la Armada.   La famosa ESMA.

 

Vero y Laura se toman de la mano.  Laura dice que no está preparada. Dudan en entrar.  ¿Entrar a la ESMA?  ¿Se puede?

 

Entramos.  No tenemos un “guía”, no sabemos adónde ir.   Por suerte ninguno de nosotros estuvo adentro.  Miles de personas caminan de un lado a otro, en silencio, a lo sumo con susurros, como si ese lugar no pudiera ser profanado.  Todavía no.  No tenemos miedo.  Chicos en cochecitos empujados por sus jóvenes padres.  Qué contraste con el terror.

 

Buscamos.  Buscamos.  ¿Qué?  ¿Los falcon verde? No están más.  ¿Dónde?  ¿Dónde  torturaron?  ¿Dónde mataron?  No lo sabemos.  Es una búsqueda a ciegas, aunque sin vendas.

 

Vemos que muchos entran por la parte de atrás del edificio más grande, el que se ve desde Libertador con las letras ESMA.  Es enorme. Armonía dice que parece un gimnasio, pero es mucho más grande.  Hay un olor extraño.  “A iglesia” me susurra Walter, que de eso sabe.

 

Desconocemos dónde estamos.  Caminamos sin rumbo.  Miramos.  Buscamos.  ¿Habrán sentido lo mismo los que entraron en los campos de concentración después de la guerra?  De campo a campo.

 

Las escaleras conducen a un pasillo que balconea sobre el gimnasio de pisos lustrados que no es gimnasio.  Arriba está lleno de gente que mira para abajo.  Nosotros miramos para arriba.  Vemos a Sebastián y Mariano. Seguimos buscando.  Ignacio está envuelto en su bandera celeste y blanca. Miles de papelitos flotan en el aire y tardan una eternidad en caer desde los balcones.  Nos abalanzamos sobre ellos.  Buscamos.  Queremos saber.  Todavía queremos saber.   Tantos años después queremos saber.  Todo.  Todo.

 

Al azar leemos en voz alta los retazos de los papeles incompletos que recogemos, muchos de ellos rubricados por un sello: “Liceo Naval”.  “Confidencial urgente”.  Vuelos.  “ecreto” se lee en un sobre rasgado. “Secreto” digo.  “¿Decreto?”.  Decretos secretos.  Secretos decretos de muerte.  Armada Argentina”. Massera.  Massera.  Betina.  Tarnopolsky.  Embargado. ¿Por qué no está Betina?  Está Silvia. “Totalmente imprudente y temerario”.  Castigos.  “Al señor jefe de política”.  Espían.   “Sea utilizado para encubrir”.  Cobardes.  “Con la Universidad Católica”.  Cómplices.  “Colegio de escribanos”.  ¿Legalidad?  Leemos y leemos como si en esos papeles se pudiera reconstruir la historia.  María la mira con fascinación a Kelly que devora un papel tras otro porque sabe que el arte perdura la vida.

 

El gimnasio que no es gimnasio ya está lleno de gente.  Se cuelan por las ventanas. Entran desacralizando lo prohibido.  La inmensa mayoría de los que están ni siquiera había nacido hace 28 años.  ¿Memoria?  Micky y sus 23 primaveras aplastadas en el 78.

 

Alguien comienza a aplaudir.  El aplauso resuena entre esas paredes prolijamente pintadas.

 

“Olé – olé; olé – olá, como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar” retumba más fuerte que nunca el canto que brota espontáneamente.  “El que no salta es militar, el que no salta es militar”. Cantamos. Mezcla de alegría y dolor.

 

El pueblo unido jamás será vencido.  El pueblo unido jamás será vencido”.  El canto agrieta las paredes.  Claro que el pueblo armado jamás será aplastado, me desliza una voz que atraviesa el continente en segundos llegando desde la selva Lacandona.

 

Paredón, paredón, a los milicos que vendieron la nación” suena en ese recinto embrujado.  No.  Prefiero seguir tarareando con los Mejía Godoy “mi venganza personal será mostrarte la bondad que hay en los ojos de mi pueblo (…) cuando vos aplicador de la tortura ya no puedas levantar ni la mirada.” ¿Te acordás Walter?  “Ay Nicaragua, nicaragüita…” ¿Te acordás Hernán?  Lágrimas.

 

Aparece Héctor emocionado, el amigo que vuelve a sacarse la ropa de funcionario.  “Esto es un exorcismo” dice.  Sí.  Estamos sacando los demonios malignos de esos edificios que son sinónimo de muerte.  Todos cantamos, saltamos.  No se puede creer.  Vero llora y se abraza con Sebastián.  Angela está conmovida.  Laura no oculta sus lágrimas.  Lara parece abandonar su habitual racionalidad cuando pregunta-afirma “este es un día histórico”.  El himno argentino truena en ese espacio maldito como nunca antes se escuchó.  Con la virginidad que sólo pueden tener esos pibes con edad de colegiales que ahora tienden los puentes con el pasado y el futuro.  Miro.  Distingo algunas banderas que se descuelgan desde los balcones. Parece un colegio tomado.

 

 

Queremos seguir buscando.  Sin macabra morbosidad pero con macabra morbosidad queremos encontrar dónde se torturó, hallar alguien vivo entre esas paredes, los fantasmas  están vivos.

 

Caminamos y llegamos al Casino de alumnos.  Parece una antigua confitería demodé con mesas redondas y sillones fijos a su alrededor.  Está lleno de policías que tampoco habían nacido cuando aquí se arrancó la vida.  Están callados.  Entramos callados.  No sabemos qué decir.  Silencio.  De una columna cuelga la Virgen Nuestra Señor Stella Maris.  Enfrente alguien cuelga desafiante la foto de otra Virgen.  “Susana Rosa Smiles.  Secuestrada y desaparecida.  7-12-1977”.  Los pibes, porque son pibes, nos miran como a extraterrestres.  “Entiendo su dolor -nos dice con cortesía el que los comanda-, si a mí me hubiera pasado también estaría como ustedes”.   Todavía así se escribe la historia.  Pero no te preocupes Mona, la historia la vamos a escribir nosotros.

 

Están cerrando para que nunca más se cierre.  La ESMA, el campo de concentración más grande de la Argentina.

 

Volveremos cuando sea museo, escuela de arte y un paseo por la memoria con nuestros hijos y nietos.

 

“Gracias flaco” dice Aliverti.  Y… sí., gracias flaco.  Pero no te confíes.  Saldremos las veces que sea necesario salir.  Nuestras cacerolas no están guardadas.

 

Memoria… Todavía cantamos… Para la libertad…

 

Pedro Brieger