Algunos textos para comprender el conflicto entre España y Marruecos
A raíz de la crisis entre el Reino de España y el Reino de Marruecos por el cruce de miles de personas hacia la ciudad española de Ceuta recopilé algunos artículos cortos que escribí hace unos diez años. Todos fueron escritos entre 2010 y 2011 durante visitas a Rabat, Dajla (la antigua Villa Cisneros), Tinduf, Tifariti y Nueva York y publicados en diferentes lugares. Salvo algunos detalles creo que mantienen su vigencia y espero que sirvan para comprender un poco mejor lo que sucede.
Marruecos y el Sahara (desde Rabat, diciembre 2010)
Los enfrentamientos en la ciudad de Al Aiún el 8 de noviembre pasado pusieron otra vez sobre el tapete la cuestión del Sahara en Marruecos, un país que desde su independencia en 1956 está gobernado por una monarquía. La historia de este reinado es milenaria y uno lo puede sentir en la piel cuando recorre ciudades legendarias como Fes o Marrakesh y atraviesa imponentes murallas construidas hace siglos. Sus viejos mercados remontan a historias de dinastías islámicas, mezquitas y universidades de una belleza sin igual que perduran a pesar del paso del tiempo. Sin embargo, el Sahara parece eclipsarlo todo aunque parezca muy difícil encontrar la resolución a un conflicto heredado de cuando los españoles abandonaron esta región en 1975. Ese mismo año el rey Hassan II, padre del actual monarca Mohamed VI, se apoderó del Sahara aunque ya existía población local que se había organizado en el Frente Polisario para reclamar un Estado propio saharaui.
El gobierno de Marruecos sostiene que no existe un problema saharaui, que el territorio le pertenece por historia y que cualquier acontecimiento es fruto de la manipulación de su vecino Argelia, donde tiene su base el Frente Polisario y hay miles de saharauis que viven en campamentos de refugiados. Además –asegura- si el tema está en los medios europeos, principalmente los españoles, se deber a la animosidad del antiguo colonizador hacia los marroquíes y el islam, o el odio actual hacia los inmigrantes africanos que cruzan el estrecho de Gibraltar en búsqueda de mejores condiciones de vida y se instalan en España. Cuesta encontrar una opinión divergente en Marruecos entre los partidos políticos o la prensa, que incluso alienta los sentimientos nacionalistas. El domingo 28 de noviembre se realizó una manifestación en Casablanca en una convocatoria pocas veces vista por su temática: contra la prensa española y el parlamento europeo que criticó la represión en Al Aiún. El gobierno marroquí insiste en que no hubo represión contra la población local, que las víctimas fueron policías desarmados y que todas las denuncias son fruto de una campaña contra el país. Verdadero o falso está todavía por dilucidarse. Pero no es menos cierto que cientos de miles -algunos diarios aseguraban que casi tres millones- salieron a las calles a proclamar que el Sahara es parte integral de Marruecos. Y si casi nadie se atreve a cuestionar la institucionalidad de la monarquía, en voz alta tampoco cuestionan que el Sahara es y será marroquí.
Los saharauis y la revuelta árabe (desde Tinduf, 2011)
Mientras en Libia Kadafi pelea por mantenerse en el poder y en varios países árabes continúan las protestas, el domingo 27 de febrero los saharauis festejaron el XXXV aniversario de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Creada en 1976, el día posterior a que los españoles se retiraran del “Sahara español” después de décadas de ocupación colonial, la república ya obtuvo el reconocimiento de unos ochenta países. Meses antes el rey Hasan II de Marruecos se había aprovechado de la agonía de Franco para comenzar a ocupar el Sahara diciendo que le pertenecía y desconociendo al Frente Polisario, que ya venía luchando por su independencia. Eran tiempos de la “Guerra Fría”. El Polisario estaba alineado con los movimientos de liberación nacional del tercer mundo y la monarquía de Hasan II era un importante aliado de Estados Unidos para contener el avance del comunismo y frenar la influencia de la reciente liberada Argelia. Durante el proceso de ocupación el ejército marroquí expulsó a miles de saharauis que no aceptaban cambiar un ocupante por otro. Algunos quedaron bajo control marroquí y muchos otros terminaron en campamentos de refugiados en el sur de Argelia, en las afueras de la ciudad de Tinduf, muy cerca de la frontera. Durante unos quince años el Polisario y el ejército marroquí libraron duras batallas hasta que en 1991 fue declarado un “alto el fuego”. Para frenar el avance del Polisario el gobierno marroquí construyó un muro de arena, campos minados y zanjas a lo largo de más de 2500 Km. confinándolo en el desierto, entre ese muro y Argelia y Mauritania, creyendo que así el Polisario desaparecería. En 2011 El Polisario festejó su independencia en Tifariti, una pequeña localidad del desierto en lo que denominan los “territorios liberados”. Para llegar hay que partir de Tinduf, abandonar tierra argelina, entrar en esos territorios y hacer una larga travesía de más de 300 Km. por la arena y las piedras, sin caminos ni señalizaciones de ningún tipo. El objetivo del Polisario es avanzar en la construcción de su Estado aunque en la zona que controla vivan apenas unas veinte mil personas, la mayoría de ellos nómades. Los festejos comenzaron con un desfile militar presidido por el presidente AbdelAziz y su gabinete en pleno para mostrar que no descartan retomar las armas si las negociaciones auspiciadas por Naciones Unidas continúan estancadas. En realidad, preferirían que esta ola de revueltas en el mundo árabe se extendiera a Marruecos, provoque la caída de la monarquía y logren su tan ansiada independencia.
Independencia en el Sahara (desde Tifariti, 2011)
Los campamentos de refugiados saharauis que están en el sur de Argelia ofrecen un panorama desolador aunque sus pobladores estén festejando el XXXV aniversario de la fundación de la República Árabe Democrática Saharaui. Entre camellos y carpas montadas especialmente para que los extranjeros vean cómo se vive en el desierto se pasean las mujeres vestidas de gala con sus largas túnicas multicolores para una fiesta que siempre tiene un sabor amargo. Todavía hay decenas de miles de saharauis desplazados viviendo en casas muy precarias de adobe y carpas que les suministra Naciones Unidas o alguna ONG europea. Llegaron sin nada después de que el ejército marroquí tomara el Sahara occidental en 1975 cuando se retiraron los soldados españoles que lo ocupaban y todos tienen la esperanza de regresar a su tierra. El Frente Polisario los ha organizado para que no pierdan los vínculos con su pasado y es el que ha librado batallas durante años contra el ejército marroquí logrando apoderarse de una zona que denominan “territorios liberados”. El Polisario se ha propuesto construir allí un embrión de Estado y está en tratativas con algunas empresas europeas para implementar emprendimientos productivos que puedan mejorar la calidad de vida de los pocos que ya están viviendo en esos lugares. Por eso decidieron que el acto central de los festejos se realizara en Tifariti, la localidad que quieren desarrollar, pero a más de trescientos kilómetros de los campos.
Por eso trasladarse hacia los territorios liberados no es sencillo. En el desierto del Sahara no hay caminos ni puntos de referencia excepto para las tribus nómadas que se mueven de un lugar a otro. El trayecto desde los campos hasta Tifariti se hace en varios vehículos que van en caravana sorteando como se pueda los obstáculos naturales de una geografía árida de arena y piedras bajo un sol que raja la tierra. A medida que pasan los autos una inmensa nube de polvo envuelve absolutamente todo al mejor estilo del rally Dakar.
El acto en Tifariti consta de un desfile militar y un concierto a la noche al aire libre bajo la inmensidad de un cielo estrellado donde se puede apreciar hasta la estrella más pequeña. Pero este año se respira otro clima en los festejos. Las revueltas del mundo árabe pueden afectar también a la monarquía marroquí, y los saharauis tienen la esperanza que eso los puede beneficiar en su lucha por un Estado independiente y el regreso de todos los refugiados.
Ceuta, entre España y Marruecos (desde Ceuta, 2011)
Un recorrido por Marruecos permite percibir de manera tangible el significado de los términos colonias y colonialismo. En el sur los españoles ocuparon lo que llamaban el “Sahara español” y su retiro en 1975 ha dejado un conflicto complejo que todavía se debate en las Naciones Unidas, mientras que el norte fue terreno de disputas de casi todas las potencias coloniales con la población local, y entre sí. Justo en el extremo norte del Africa -donde se unen el océano Atlántico y el mar Mediterráneo y se forma el estrecho de Gibraltar- está la ciudad de Tánger. En realidad, la ciudad se llama “tanya” en árabe (con “ye” a la argentina). Seguramente la dificultad de los franceses de pronunciar esa última letra “a” mezclada con una “hache” final árabe llevó a que los franceses la hicieran conocida en Europa como Tánger. Esta antigua y estratégica ciudad fue disputada por españoles, franceses y británicos que la ocuparon en diferentes momentos. Todavía se pueden ver edificios de estilo británico y el cine Cervantes mezclados con carteles en francés que -aunque no es idioma oficial- es la segunda lengua del país después del árabe. A una hora de viaje de Tánger, sobre el Mediterráneo está la ciudad de Cebta, rebautizada Ceuta por los españoles, uno de los enclaves coloniales que España todavía tiene en el norte de África junto a Melilla. El gobierno marroquí reclama en todos los foros internacionales que España se retire, pero esto siempre recibe una tajante respuesta negativa de Madrid.
La sensación es extraña cuando uno recorre pequeños pueblos marroquíes sobre la costa del Mediterráneo y de repente llega a una península que es toda española. En el único puesto fronterizo que existe hay miles de marroquíes que van y vienen para comprar todo tipo de productos a bajo precio en Ceuta y venderlos más caros al regresar. Se pueden ver desde mujeres cargando bolsas repletas de jugos de frutas hasta jóvenes que improvisan mochilas con cajas que contienen jabón en polvo para el lavarropas.
Ceuta es una península montañosa de unos 10 kilómetros de largo y apenas 300 metros de ancho en el centro de la ciudad. Aunque gran parte de la población es marroquí aquí no hay zoco árabe ni gente en la calle vendiendo higos, melones o lo que tengan a mano como del otro lado de la frontera donde el comercio informal es parte fundamental de la economía. Ceuta parece un pequeño y típico pueblo español de unos 80 mil habitantes con su Gran Vía y sus bares de tapas donde venden cerveza y el jamón ibérico, algo difícil de encontrar en Marruecos porque los musulmanes tienen prohibido tomar alcohol y consumir cerdo.
La vida de los ceutíes no es fácil, enfrente está la ciudad de Algeciras, pero para llegar a ella se debe cruzar el estrecho de Gibraltar en barco. A la ciudad de Melilla casi ni la conocen porque no hay barcos o vuelos directos, y si quieren llegar en automóvil deben viajar unos 500 kilómetros por territorio marroquí. A sus espaldas está Marruecos, el Africa, con todo lo que significa para los españoles, y que visitan sólo si es estrictamente necesario, como si fuera un mundo ajeno a ellos. Si hasta el rey los visitó por primera vez recién en 2007, setenta y cuatro años después de la visita de otro jefe de Estado español. Así es la vida en un enclave colonial, uno no es ni de aquí ni de allá.
Nueva York, 5 de octubre 2011
Exposición ante Comisión Política Especial y de Descolonización de Naciones Unidas (Nueva York, octubre 2001)
Estimados señores y señoras
Les agradezco la posibilidad de poder participar en esta reunión de la IV Comisión de Naciones Unidas para presentar mi testimonio sobre la compleja realidad del Sahara Occidental y del pueblo saharaui.
Mi nombre es Pedro Brieger, soy sociólogo y periodista argentino. Como estoy aquí a título personal me gustaría presentarme, para que puedan comprender mejor el porqué de mi intervención en esta Comisión que trata asuntos tan complejos como la descolonización.
En primer lugar, soy judío, hijo de padres alemanes que sufrieron la persecución nazi y debieron escapar de sus hogares abandonando sus historias familiares, afectos y pertenencias. Mi madre incluso vivió en carne propia el 9 de noviembre de 1938 cuando los nazis quemaron propiedades y sinagogas judías en Alemania, en un hecho conocido como “La noche de los cristales”. Es decir, que crecí en un hogar donde los relatos de persecuciones y exilio eran parte de nuestra vida cotidiana. Mi intención al contarles esto es que comprendan que no necesito que me expliquen qué significa el sufrimiento de ser expulsado de su tierra o el anhelo por retornar a ella. Crecí con estos sentimientos. Y sepan que esto se transmite de generación en generación.
En segundo lugar, como sociólogo me dedique a estudiar y profundizar sobre la cuestión nacional y colonial, y el significado del derecho de los pueblos a su autodeterminación. Mis diversos libros y numerosos artículos son un testimonio al respecto, así como la materia “Sociología de Medio Oriente” que dicto como profesor titular en la carrera de sociología de la Universidad de Buenos Aires.
En tercer lugar, en estas últimas tres décadas he recorrido y conocido numerosos campamentos de desplazados y refugiados en diferentes países de América Latina, Africa y Asia. Estuve con desplazados en Colombia, recorrí los campamentos de refugiados palestinos cerca de Jerusalén o Belén, y conocí sus dramas en las afueras de Beirut y Tripoli en el Líbano, o al sur de Amman en Jordania. Les aseguro que sólo así se puede comprender cabalmente lo que se sufre en la vida cotidiana lejos de la tierra de uno, y sin saber si algún día se podrá retornar al lugar que se tuvo que abandonar forzosamente.
Por último, y tal vez lo más importante para esta Comisión, he conocido de muy cerca las realidades diferentes del pueblo saharoui, que, como ustedes saben, vive fragmentado en diversos sitios. Por un lado estuve en la ciudad de Dajla y he visto la compleja realidad de quienes han nacido allí y su complicada relación con los que llegaron desde diferentes ciudades marroquíes y cuentan con el apoyo directo del poder central de Rabat. Por el otro, visité los campamentos de refugiados en las afueras de la ciudad de Tinduf en el sur de Argelia, tan cerca de su tierra natal, pero viviendo el drama de una vida fuera de ella. Además, tuve la posibilidad de viajar por el desierto desde Tinduf hacia Tifariti, donde el Frente Polisario ha intentado establecer una capital de la República Arabe Saharaui Democrática (RASD) y desarrollar distintos proyectos sociales y económicos, aunque por ahora viven allí más que nada los que custodian estos territorios y patrullan el muro erigido por el gobierno de Marruecos.
Lo que intento reflejar con mi escueto testimonio es que tuve la oportunidad de comprobar como familias enteras están desgarradas porque algunos viven en Dajla o El Aiun, y otros en Tinduf o Tifariti, sin la posibilidad de decidir por ellos mismos su futuro como pueblo.
No es casual que esta Comisión escuche los diversos testimonios cuando nuevamente se plantea la necesidad de erradicar el colonialismo en todas sus formas. Mi testimonio personal en esta Comisión refleja la conjugación de experiencias personales, el estudio minucioso de la compleja trama geopolítica que afecta al pueblo saharaui y el conocimiento de la dura realidad de un pueblo fragmentado que aspira a la autodeterminación. Y este es justamente uno de los dramas de los pueblos que luchan por su autodeterminación: no suelen ser escuchados y por ende no pueden concretar su sueño de decidir su destino. Por esta razón estoy aquí, para sumar un granito de arena a esclarecer esta problemática y que Naciones Unidas pueda contribuir a que el pueblo saharaui se exprese libremente.
Muchas gracias
Pedro Brieger
Javier Bardem en Naciones Unidas (desde Nueva York, 2011)
Todos los años en octubre se reúne la IV Comisión de Descolonización de las Naciones Unidas en Nueva York. Allí se discute la situación de los territorios que han sido ocupados durante décadas por una potencia extranjera. La cuestión del Sahara Occidental siempre aparece en la agenda ya que muchos consideran que es la última colonia del Africa. Las reuniones suelen ser muy formales, están los representantes de todos los países miembros de Naciones Unidas y suelen participar representantes de múltiples organizaciones que traen la voz del gobierno de Marruecos o la del Frente Polisario, el movimiento que lucha por la independencia del Sahara.
La postura de aquellos alineados con el gobierno de Marruecos es insistir en que no hay ocupación ni pueblo saharaui, que los que viven en el Sahara Occidental son marroquíes y están muy contentos de serlo. Acusan al Frente Polisario de ser una organización terrorista y de que un Estado saharaui seria la puerta de entrada a la red Al Qaeda.
La presencia del multipremiado actor español Javier Bardem altera toda la formalidad de la reunión. No es común que un ganador del Oscar aparezca en estos foros. Bardem llega a la sala rodeado de un séquito y no parece molesto porque también en este ámbito se le acercan numerosas personas para sacarse una foto con él. Vestido de saco y corbata toma asiento, se presenta, y lee un breve discurso de apenas cuatro minutos, que es el tiempo máximo disponible para los “peticionarios”, nombre que se les da a los que piden la palabra en esta Comisión. Bardem habla en inglés y va directamente al grano. Señala que el Sahara Occidental está bajo ocupación marroquí desde 1975, que ningún país la reconoce, que Naciones Unidas prometió al pueblo saharaui la autodeterminación en 1991, e incluso un referéndum que nunca se convocó. Bardem sabe que tiene que ser concreto y firme en el escaso tiempo que tiene y es consciente de que todas las miradas se centran en su persona y que sus dichos serán reproducidos en todo el mundo. Esto es así cada vez que visita los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf, el sur de Argelia, donde anualmente se realiza un festival de cine, o cuando intercede ante el gobierno español a favor del Frente Polisario. Bardem es contundente y pide que se le dé la oportunidad al pueblo del Sahara Occidental de votar libremente sobre su futuro, y que la misión de paz de Naciones Unidas (MUNURSO) incluya la protección de los derechos humanos del pueblo saharaui. Y aunque uno está acostumbrado a verlo en la gran pantalla, Javier Bardem no parece incómodo en su rol político, más bien todo lo contrario.